12 de abril de 2020
Desde que el Gobierno mencionó los Pactos de la Moncloa (1977) para anunciar su intención de convocar al resto de partidos y a los agentes sociales a un gran acuerdo de Estado venimos escuchando diversas manifestaciones al respecto.
Los partidos de la derecha, Vox y PP, acusan al Gobierno de no tener voluntad real de alcanzar dicho acuerdo y de utilizarlo como señuelo para ocultar sus errores. Se señala también que ese acuerdo es imposible con Unidas Podemos en el Gobierno.
Como alternativa, algunas voces -no sólo desde los partidos de la derecha- han abogado por un gobierno de concentración o "emergencia nacional" pero sin explicar cómo podría lograrse, declaraciones que han hecho suponer a otros que se trataba de una ambigua llamada a un golpe de estado.
Los partidos nacionalistas y a la izquierda del PSOE, así como los sindicatos mayoritarios, UGT y CC.OO., no se han desmarcado tanto de la propuesta, pero han expresado su incomodidad por utilizar los Pactos de la Moncloa como referencia.
Han criticado sobre todo dos aspectos: 1) no estamos en las mismas circunstancias, pues entonces se vivía bajo la amenaza constante de una regresión a la dictadura; y 2) aquellos pactos provocaron una grave erosión en la protección social y laboral de los trabajadores, justo lo que ahora se debería evitar.
Desde el Gobierno se ha matizado que esa referencia histórica no ha sido tanto por su contenido, como por su espíritu a la hora de alcanzar grandes acuerdos para hacer frente a una difícil situación.
Por su parte Ciudadanos ha tendido su mano al Gobierno y al PSOE para lograr ese gran acuerdo de Estado advirtiendo, eso sí, que será exigente tanto en su negociación como en su cumplimiento.
Posiblemente, todas las partes tienen buenas razones para expresar sus críticas y su escepticismo; como también las tiene el Gobierno de coalición para ganar tiempo e implementar medidas de urgencia que no queden bloqueadas por un incierto proceso de negociación.
Sin embargo, también deberían tener buenas razones para conseguir que no quede bloqueado el camino a los acuerdos que la sociedad necesita (y los necesita con rapidez).
Algunos medios y comentaristas dan de antemano por fracasado el intento del Gobierno. Hay probabilidades de que así suceda, pero es igualmente cierto que en los momentos previos a una negociación competitiva es frecuente que las partes expresen con rigidez sus posiciones para ponérselo difícil al adversario y erosionar sus objetivos.
Sin duda, los contenidos de la negociación son fundamentales. Pero antes incluso es necesario construir el marco adecuado para que esa negociación no sólo pueda tener lugar, sino también que pueda llevarse a cabo con éxito. Sería malo no negociar, peor aún que la negociación fracasara, pero sería pésimo que se llegara a malos acuerdos.
Por eso deberían alcanzarse a través de una negociación inclusiva y colaborativa (win-win), más que en una negociación basada en excluir unos a otros y debilitar al adversario sólo para rebañarle concesiones. Este camino no produciría buenos acuerdos, ni eficaces ni sostenibles, si es que llegaran a alcanzarse.
Es inevitable, y necesario para la democracia, que los partidos tengan intereses partidistas, en el sentido de que tienen que hacer balances de costes y beneficios para sus propias siglas, obrando en consecuencia. Otra cosa sería una ingenuidad.
Lo que hay que pedirles a sus dirigentes es que, además, tengan inteligencia y altura de miras. Inteligencia para no jugárselo todo en el regate corto, pues según cómo ganen hoy, así es que pueden perder mucho más mañana; y altura de miras para pensar no solo en lo que su partido necesita, sino en lo que le conviene a una sociedad democrática en su conjunto bajo las circunstancias del presente y las que vengan en el futuro.
Por otro lado, tampoco nadie debería pretender que, en aras de la unidad, quede cancelado el debate democrático y la legítima crítica entre Actores. No es aceptable que en democracia esto tenga que dejarse para mañana, cuando se hayan superado las dificultades, máxime cuando éstas pueden instalarse en la sociedad a largo plazo.
Conciliar cooperación, crítica y competitividad entre partidos y agentes sociales sólo se puede hacer con la mediación de actores hábiles con actitudes y reglas de comunicación adecuadas, que ahora más que nunca deberían ser políticamente correctas.
Esta entrada también se puede leer en El blog de F. Javier Malagón
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.