03 de mayo de 2020
La crisis del coronavirus está revalorizando el mundo rural, no solo como hábitat más seguro alternativo a las grandes ciudades, sino también ante la amenaza planetaria que supone la economía extrativista actual y sus consecuencias en el cambio climático, la degradación de los ecosistemas y la disminución de la biodiversidad.
Esta crisis saca a la luz la vulnerabilidad de las grandes urbes a las pandemias y a las crisis económicas y sociales que se derivan de ellas ¿Lo serán también a los problemas de abastecimiento alimentario y disponibilidad de agua en un futuro próximo? Quizás estemos asistiendo a un punto de inflexión en la tendencia a la concentración urbana en muchos lugares del planeta.
La puesta en valor del campo puede ser una ventana de oportunidad para muchos territorios deprimidos, amenazados por la despoblación y con economías agrarias devaluadas. Lo será realmente si se aprovecha con inteligencia. Para ello, a mi juicio, cobran especial relevancia las siguientes cuatro competencias:
1) Conocer y tener en cuenta los distintos vectores de cambio (medioambiental, tecnológico, económico, político...) que actúan de manera compleja a distintos niveles: a corto, medio y largo plazo; en los ámbitos local, regional, nacional e internacional.
2) Promover la inteligencia social y la creatividad para imaginar, proyectar y gestionar democráticamente un futuro de pueblos y áreas rurales hacia el que avanzar, con plazos y etapas razonables, perspectiva de proceso, mejora continua y actuaciones evaluables.
3) Anticipar oportunidades y amenazas, preparándonos para aprovechar las primeras y paliar o transformar las segundas. Vivir al día es llegar tarde. La planificación estratégica de la regeneración rural exige cultivar una actitud esperanzada, pero también realista.
4) Integrar lo viejo y lo nuevo. Una nueva ruralidad exige diversificación, apertura e intercambio, nuevos conocimientos y tecnologías, cambios de mentalidad en sus residentes; pero también conservar y potenciar valores, identidades, conocimientos, memorias y tradiciones.
Para promover el mundo rural hay que descender a niveles más concretos en los que se defina qué mundo rural se desea. Las concepciones bucólicas y románticas del campo estorban, también las exclusivamente economicistas. La vida en las zonas rurales puede ser de muchas maneras y algunas a la mayoría nos gustarían muy poco.
Mucha gente viene trabajando en estas cuestiones desde hace tiempo: agricultores, ganaderos y otros empresarios, ecologistas, agentes y entidades de desarrollo local, políticos rurales... Ahora es posible que los debates adquieran más relieve e incorporen a más personas y puntos de vista. Los urbanitas ruralistas de última hora debemos evitar el adanismo, es decir, hablar de todo esto como si el debate naciera solo cuando nosotros nos incorporamos a él.
Pese a todo, hay que trabajar en la construcción colectiva y consciente de la ruralidad que queremos; no desde un idealismo ingenuo, sino teniendo en cuenta la sociedad real de la que partimos: su pluralismo, complejidad, límites y dificultades, pero también su enorme potencial en términos de intercambios, cooperación, conocimiento y tecnología.
Nuestro país, y la humanidad en general, se lo juega todo a la regeneración democrática, inclusiva y sostenible del mundo rural. Según NN.UU. a mediados de siglo 4.000 millones de personas, aproximadamente la mitad de la población mundial, no tendrán acceso a alimentos y agua suficientes.
De aquí a 2050 median, aproximadamente, siete legislaturas según el sistema político español. Puedo tomar la medida al tiempo que nos queda también de esta otra manera: tengo ahora 52 años, para entonces mis hijas aún no habrán cumplido esa edad.
Por nosotros, por las generaciones jóvenes debemos hacerlo lo mejor que sepamos.
Esta entrada se puede leer también en El blog de F. Javier Malagón
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