04 de noviembre de 2015
La robotización de la actividad económica es cada vez mayor y a lo largo de las próximas décadas alcanzarán niveles extraordinarios, introduciendo en nuestras vidas no sólo máquinas inteligentes con capacidad de aprender, sino también de tomar decisiones y ejecutar con precisión muchas actividades, sino también máquinas que se van a parecer mucho a seres vivos como perros, gatos... o seres humanos. Ya tenemos máquinas que nos escuchan y a las que podemos hablar y transmitir órdenes. Pero ya están apareciendo máquinas que, además, pueden sostener una conversación con nosotros y, con total seguridad, ese diálogo cada vez tendrá mayores contenidos y matices.
Está claro que los procesos de automatización y robotización de nuestras sociedades tienen consecuencias en el empleo. Es una constante en la historia del capitalismo que la tecnologización sustituye máquinas por personas y que el desempleo estructural crece porque los nuevos puestos de trabajos que crea la tecnología no compensan en número los que la nueva tecnología destruye. Sabemos que en pocos años muchos de los empleos hoy existentes desaparecerán como consecuencia de la robotización y que el problema del desempleo seguirá creciendo si no se encuentran alternativas en cantidad y calidad suficientes para compensar esas pérdidas.
Por otra parte, la robotización llegará a muchos sitios, al campo y a las ciudades. En el campo ya conocemos el impacto de la tecnología en la caída de los puestos de trabajo y también en el despoblamiento rural (la población se desplaza hacia las ciudades en busca de una mayor variedad y calidad de empleos). En cierta medida esta tendencia puede compensarse si se consigue llevar Internet y la telefonía móvil a todos los sitios, de modo que haya personas que decidan irse a vivir al campo porque desde allí pueden ejercer sus actividades laborales a distancia. Esto puede darse sobre todo en aquellas zonas rurales relativamente próximas a núcleos urbanos grandes, especialmente si los medios de transporte facilitan los desplazamientos.
Sin embargo, las ciudades van a ir diferenciándose también por su grado de tecnologización. Hoy muchas ciudades se consideran ya o aspiran a ser "ciudades inteligentes" (smart cities). Algunas de ellas están en vanguardia (son innovadoras y van por delante en la implantación y experimentación de nuevas tecnologías aplicadas a la gestión de la vida urbana). Otras intentan estar al día, con mayor o menor éxito; y otras en cambio retroceden en términos relativos, quedándose cada vez más rezagadas respecto a los cambios del entorno, son ciudades que van pareciéndose cada vez más a los pueblos que muchas de ellas fueron en un pasado más o menos remoto anterior a su urbanización.
Pues bien, a la luz de estas tendencias la hipóteis que parece probable es que los nuevos empleos generados por las nuevas tecnologías vayan concentrándose cada vez más en las ciudades tecnológicamente más vanguardistas; lo cual alimentará el proceso de desigualdad entre los territorios, pues las grandes ciudades tecnológicamente avanzadas serán las que mejores empleos y servicios y, en muchos aspectos (también medioambientales y de convivencia), mejores condiciones de vida ofrecerán a sus habitantes. La mala noticia es que pueden convertirse en ciudades muy selectivas con sus pobladores, en las que no cualquiera podrá permitirse vivir aunque lo desee. De ahí que tan importante sea en este momento impulsar políticas integrales que sean capaces de llevar el desarrollo tecnológico a muchos territorios, pensando también en cómo evitar la extrema concentración de "islas de bienestar" en las que solo unos pocos puedan vivir.
Francisco Javier Malagón Terrón