22 de abril de 2020
En España son cada vez más las voces que reclaman cierto grado de apertura y flexibilización de las medidas de confinamiento y restricción de la movilidad como consecuencia del COVID-19. Es lógico que así suceda y también que cada vez sea más difícil mantener una disciplina social estricta.
No es suficiente con imponer restricciones y aplicar controles policiales y sanitarios. La comunicación y la pedagogía son claves. Pero no sólo una comunicación unidireccional basada en la transmisión de prescripciones, sino también una comunicación basada en el diálogo, la participación y la inteligencia colectiva de la ciudadanía.
Conforme llega el buen tiempo y se aproxima el verano crece la inquietud, sobre todo en torno a las actividades turísticas. Alcaldes, empresarios… expresan su voluntad de aplicar medidas que aseguren entornos saludables y permitan hasta cierto punto la movilidad y la recuperación de la actividad económica y el empleo. Sin embargo, al menos en algunos territorios, parece cundir la sensación de que desde las instituciones de gobierno no hay suficiente interlocución ni liderazgo para coordinar estas actuaciones.
Es urgente corregir esta situación porque tan poco recomendable es la parálisis como que cada cual actúe por su cuenta. Todos sabemos y aceptamos que la desescalada será gradual y asimétrica, dependiendo del impacto de la pandemia. Pero no podemos dejarnos arrastrar por esquemas de pensamiento simplistas. Las zonas que hasta ahora se precian de tener menos riesgo van a ser también las que van a atraer a más gente, lo cual puede invertir su situación y convertirlas en trampas mortales. No es una metáfora.
Cuanto antes hay que construir una “nueva normalidad” que abarque -con criterios sanitarios, económicos y sociales- muchos aspectos de la vida cotidiana. Es necesaria, imprescindible, una visión global, sistémica, que articule y de coherencia a las medidas que deban aplicarse no solo dentro de un hotel o de un restaurante, sino en el conjunto de una localidad o de un determinado territorio.
Esto no se logra de un día para otro. Tampoco se hace sin participación y comunicación con la ciudadanía y los diversos agentes sociales. Por eso el nerviosismo es comprensible. Ignorar los riesgos y no anticiparse a los problemas hace que luego éstos sean más difíciles de resolver. Estamos tardando en elaborar participativamente planes para generar entornos seguros y saludables en localidades y organizaciones.
Esta entrada también puede leerse en El blog de F. Javier Malagón
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