La relatividad del tiempo en el pensamiento estratégico

21 de noviembre de 2019

Cuando una organización, pongamos una empresa o una administración pública, elabora una estrategia o un plan estratégico lo hace normalmente pensando en su desarrollo a medio o largo plazo. Así, grosso modo, un plan a cuatro años suele considerarse como una previsión de corto plazo, mientras que una a diez o doce años sería de medio plazo y por encima de esto entraríamos en los largos plazos. 

No hay una norma al respecto. Los cortos, medios y largos plazos son relativos y pueden variar según nuestra percepción del tiempo en un momento dado y bajo un determinado contexto.

En el caso de las administraciones públicas locales y provinciales (ayuntamientos, diputaciones, cabildos, mancomunidades...) son frecuentes los planes a cuatro años, más raros son los que se proyectan a una década vista y prácticamente inexistentes los que mirán más allá de diez o doce años. Podríamos decir que lo más habitual es planificar a corto plazo. En otros contextos el corto plazo puede ser un año, el medio plazo tres o cuatro y el largo de cinco en adelante.

Como digo, la apreciación del tiempo es relativa. Una variable que debemos tener en cuenta es la aceleración que experimentan los cambios sociales en circunstancias especiales o, en una época como la nuestra donde fuerzas históricas de enorme calado (cambios climáticos, tecnológicos, demográficos, etc.) están transformando a las sociedades y lo harán con mucha más radicalidad a lo largo de los próximos años.

Desde esta perspectiva, convendría entender que diez o doce años ya no es medio plazo, sino corto plazo. Hay que caer en la cuenta que, desde la perspectiva de las políticas públicas, doce años son apenas tres legislaturas (si hay suficiente estabilidad política, claro). Lo cual significa una productividad política agregada de poco más de seis o siete años, teniendo en cuenta cómo funcionan las administraciones en el primer y último año de cada legislatura. Si, además, se añade la variable de la inestabilidad política, entonces esa productividad agregada será previsiblemente menor.

Si el tiempo se acelera y las respuestas al cambio son lentas (dependen en buena medida de la productividad política), entonces las brechas se agrandan y los problemas se complican.

Una forma de paliar este problema consiste en promover visiones estratégicas, construidas participativamente y con un alto grado de consenso, a diez doce años vista; concretándose luego con planes de tres-cuatro años que vayan revisándose y ajustándose anualmente, conforme las circunstancias lo vayan exigiendo. Para ello también habrá que apoyarse en sistemas mejorados de gestión de la información, de modo que sea posible una gestión política y del conocimiento apoyada en datos frecuentemente actualizados.

F. Javier Malagón